Una Visión de las Civilizaciones Antiguas
de los Andes, de América Central y de Norteamérica
 
 
Helena P. Blavatsky
 
 
 
La Puerta del Sol, en Bolivia
 
 
 
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Esta es la segunda de las cuatro
partes en que se divide el texto.
 
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II
 
Es evidente que nosotros, los teósofos, no somos los únicos iconoclastas en este mundo de engaño e hipocresía. No somos los únicos que creen en los ciclos y, al oponerse a la cronología bíblica, se inclinan hacia esas opiniones que muchos comparten secretamente, aunque sean  pocos los que las proclaman en público. Nosotros, los europeos, estamos apenas saliendo de la parte inferior  de un nuevo ciclo y nos encontramos en el arco ascendente, mientras los asiáticos, especialmente los hindúes, son los restos supervivientes de naciones que poblaban el mundo en los ciclos anteriores. Ningún ser humano actual  puede decidir si los arios surgieron de los americanos arcaicos, o si éstos surgieron de los arios prehistóricos. Sin embargo, es más fácil probar que contradecir, que en algún tiempo debía existir una relación íntima entre los arios antiguos, los habitantes prehistóricos americanos, cualquiera que sea su nombre, y los antiguos egipcios. Probablemente, si alguna vez tal relación fue una realidad, debe haberse entablado en un tiempo durante el cual el Atlántico no separaba a los dos hemisferios como ocurre actualmente.
 
El doctor Heath, de Kansas City, es una especie rara entre los científicos, un buscador intrépido que acepta la verdad dondequiera que la encuentre, sin temor a ventilarla en la cara de la oposición dogmática. En su libro  “Peruvian Antiquities” (“Antigüedades Peruanas”), Heath  resume de esta forma sus impresiones de las reliquias peruanas:
 
“Por tres veces, los Andes se sumergieron centenares de metros por debajo del nivel oceánico y lentamente volvieron a asumir su altura actual. La  duración de la  vida humana sería excesivamente breve  aun para contar los siglos que se intercalaron en esta operación. La costa peruana se ha levantado una veintena de metros desde que Pizarro desembarcó.  Suponiendo que los Andes se hayan alzado de manera uniforme y sin interrupción, deben haber transcurrido 70 mil años para que alcanzaran su presente altura.”
 
“¿Quién sabe, entonces, si la idea [1] fantástica de Julio Verne, con respecto a la Atlántida perdida, pueda acercarse a la verdad? ¿Quién puede decir que, anteriormente, donde ahora se extiende el océano Atlántico, no había un continente cuya densa población era muy adelantada en las artes y las ciencias y que, tan pronto se dieron cuenta de que su tierra estaba hundiéndose, algunos emigraron hacia el oriente y otros hacia el occidente, instalándose en los dos hemisferios? Esto explicaría la similaridad de sus estructuras arqueológicas, sus razas y sus diferencias modificadas y adaptadas al carácter de sus respectivos climas y países. He aquí la razón por la cual la llama y el camello difieren, aunque perteneciendo a la misma especie; así como los árboles algarrobas y espinos. Además, eso explica por qué los indios Iroqueses de Norteamérica y los árabes más antiguos, usan el mismo nombre cuando se refieren a la constelación de la Osa Mayor.  Naciones que vivieron aisladas y desconociendo la existencia mutua dividieron el Zodíaco en doce constelaciones, dándoles los mismos nombres, y los hindúes del Norte llaman a los Himalaias de Andes, como lo hacen los sudamericanos con su cadena montañosa. [2]  ¿Acaso debemos caer en la antigua rutina suponiendo que la única manera de poblar el hemisferio occidental era a través del Estrecho de Behring?  ¿Tal vez hay que seguir ubicando un Edén geográfico en oriente, suponiendo la existencia de una tierra, igualmente adecuada para el ser humano y otro tanto antigua desde el punto de vista geográfico, que está esperando el término del constante vagar de la ‘tribu perdida de Israel’, para entonces poblarse?”
 
A donde sea que uno se dirija en la exploración de las antigüedades americanas, la primera cosa que nos impacta es la magnitud de estas reliquias que se remontan a edades y a civilizaciones desconocidas y, luego, su extraordinaria similaridad con los montículos y las antiguas estructuras de la India, de Egipto y también de algunas partes de Europa. Quien ha visto uno de estos montones de tierra los ha visto todos. Quien se ha encontrado frente a una de estas estructuras ciclópicas en un continente, tiene una idea suficientemente exacta del aspecto de aquellas de otro continente. Basta decir que sabemos aún menos de la edad de las antigüedades americanas que de las del valle del Nilo, acerca de las cuales ignoramos casi todo. Sin embargo, no obstante su forma exterior, su simbolismo es evidentemente lo mismo en Egipto, en la India y en otros lugares.  Así, considerando la gran pirámide de Cheops en el Cairo, el vasto montículo con una altura de unos cuarenta de metros en la planicie de Cahokia, cerca de St. Louis (Missouri), que mide unos 230 metros de ancho y   unos  270 metros de largo, extendiéndose a lo largo de más de ocho acres,  con 20 millones de pies [3] cúbicos de contenido,  y el montículo en la orilla de Brush Creek en Ohio, cuya descripción detallada nos llegó por Squier y por Davis, uno no sabe si admirar más la precisión geométrica elaborada por los maravillosos y misteriosos constructores en la forma de sus monumentos, o el simbolismo oculto que evidentemente buscaban expresar.
 
El montículo en Ohio representa a una serpiente que mide más de 300 metros. Se enrosca con gracia en curvas sinuosas, terminando en una espiral triple en la cola. “El terraplén que constituye la efigie mide más de un metro y medio de altura, con una base en el centro del cuerpo de diez metros que va disminuyéndose levemente hacia la cola.” [4]  El cuello está extendido y la boca abierta mantiene, en sus fauces, una figura oval. Los investigadores escriben: “Este oval, constituido por un terraplén con un  metro y veinte centímetros de altura, tiene un perfil perfectamente regular y sus diámetros transverso y conjugado miden, respectivamente, 53 metros y  dos metros y medio.”[5]  El todo representa la idea cosmológica universal de la serpiente y del huevo. Esta es una deducción fácil. ¿Cómo ocurrió que este gran símbolo de la sabiduría hermética del antiguo Egipto, estuviera representado en Norteamérica? ¿Cómo es que los edificios sagrados descubiertos en Ohio y en otros lugares, estos cuadrados, círculos, octágonos y otras figuras geométricas en las que se reconoce fácilmente la idea prevaleciente de las cifras pitagóricas sagradas, y parecen ser copiados del Libro de los Números? A pesar del silencio completo sobre su origen, aun entre las tribus indígenas que han preservado en todos los casos sus tradiciones, la antigüedad de tales ruinas es probada por los bosques más vastos y más antiguos que crecen en las ciudades enterradas. Los prudentes arqueólogos americanos les han generosamente asignado dos mil años. Sin embargo, afirman que: “probablemente, trasciende el poder de la investigación humana contestar” preguntas sobre quién las edificó y si sus artífices emigraron, desaparecieron bajo el yugo de los ejércitos victoriosos o si fueron aniquilados por alguna epidemia pavorosa o una hambruna universal.
 
Los habitantes más antiguos de México acerca de los cuales la historia conoce algo, más hipotético que comprobado, fueron los Toltecas. Se supone que vinieron del norte y se cree que entraron al valle del Anáhuac en el séptimo siglo de la era cristiana.  Se les acredita, también, la construcción de algunas de las grandes ciudades cuyas ruinas aún existen en América central, donde se esparcieron en el siglo once. En este caso, deben haber sido los escultores de los jeroglíficos tallados en algunas reliquias. Entonces, ¿por qué el sistema pictórico de escritura de México, que fue usado por los conquistados y aprendido por los conquistadores y sus misioneros, no provee, aún, ninguna clave interpretativa para los jeroglíficos de Palenque, Copán y menos de Perú? Además, ¿quiénes eran y de dónde procedían, estos toltecas civilizados? ¿Quiénes son los aztecas que les sucedieron? Aun entre los sistemas jeroglíficos de México existen algunos que permanecieron indescifrables para los intérpretes extranjeros. Estamos hablando de los llamados esquemas de astrología judicial “publicados, pero no explicados, en la colección editada por  Lord Kingsborough” y que se consideran simplemente como algo puramente figurativo y simbólico: “cuyo uso era limitado a los sacerdotes y a los vates, además poseían un significado esotérico.” Muchos jeroglíficos en los monolitos de Palenque y Copán tienen el mismo carácter. “Los sacerdotes y los vates” fueron diezmados por los católicos fanáticos – el secreto murió con ellos.
 
Casi todos los terraplenes norteamericanos siguen una conformación de terraza y ascienden mediante amplios escalones, a veces cuadrados, a menudo hexagonales, octagonales o truncos, pero se parecen en todos los aspectos a los teocallis mexicanos y a los topes indos. Visto que en la India estos últimos se atribuyen al trabajo de los cinco Pandus de la Raza Lunar, así los monumentos y los monolitos ciclópicos de las riberas del Lago Titicaca, en la república boliviana, son atribuidos a gigantes, los cinco hermanos desterrados procedentes de “más allá de las montañas.”  Adoraban a la luna como su progenitora y antecedieron a los “Hijos y a las Vírgenes del Sol.” Nuevamente, es muy obvio que la tradición Aria se intercala con la sudamericana, en cuanto a las razas lunares y solares: Sûrya Vansa y Chandra Vansa vuelven a aparecer en América.
 
Este lago Titicaca, que ocupa el centro de una de las cuencas terrestres más notables de todo el mundo, se extiende –
 
“A lo largo de 160 millas mientras su anchura oscila entre 50 y 80. A través del valle del Desaguadero, desemboca en la vertiente suroeste, en otro lago cuyo nombre es lago Aullagas y cuya profundidad nivel inferior, probablemente, es regulada por la evaporación o la filtración, ya que no tiene ninguna salida conocida. La superficie del lago se encuentra a 4.000 metros sobre el nivel marino y es el espejo de agua más elevado del mundo entre lagos de tamaño similar.”
 
Como el nivel de las aguas se ha reducido mucho en el período histórico, hay buenos elementos como para deducir que en el pasado éstas rodeaban al área elevada donde se encuentran las notables ruinas de Tiahuanaco.
 
Indudablemente, éstos son monumentos indígenas que se remontan a un período anterior al de los incas, así como los dravidianos y otros nativos de la India antecedieron a los arios. Aunque según las tradiciones Incas el gran legislador e instructor de los peruanos – Manco Capac, el Manu sudamericano-  difundió su conocimiento e influencia de este centro, los hechos no corroboran tal declaración. Si, según algunos, allí existía el eje original de aymara o la “raza inca”, entonces, ¿por qué los incas, los aymaras que aun hoy viven en las áreas limítrofes del lago y los antiguos peruanos, ignoran por completo su historia? No se encuentra ningún indicio referente a ésta, excepto una tradición nebulosa según la cual los “gigantes” construyeron dichas estructuras inmensas en una noche. Además, tenemos toda la razón para dudar que los incas procedan de la raza aymara. Los incas afirman ser los descendientes de Manco Capac, el hijo del Sol, mientras los aymaras consideran a este legislador su instructor y el fundador de la era de su civilización. Sin embargo, ni los incas del período de la invasión española, ni los aymaras,  pudieron probar su posición. El idioma de estos últimos difiere bastante del  Quechua, la lengua de los incas. Además, según nos dice el doctor Heath, los aymaras rechazaron la idea de abandonar su idioma,  cuando los descendientes del Sol los conquistaron.
 
Las ruinas dan muchos indicios de una antigüedad remotísima. La construcción de algunas sigue un plan piramidal, análogamente a la mayoría de los montículos americanos, extendiéndose por varios acres. Mientras las entradas, las columnas y los ídolos de piedra, tan magistralmente tallados, “representan un estilo escultórico completamente distinto de cualquier otro resto artístico encontrado en América.” D’Orbigny habla de las ruinas con gran entusiasmo:
 
“Estos monumentos consisten en un montículo que se eleva por casi 33 metros, rodeado por columnas de templos cuya longitud cubre entre los 200 y los 400 metros. Se abren, precisamente, hacia el oriente y los adornan unas columnas angulares colosales. Luego se encuentran pórticos compuestos por una sola piedra, recorridos por relieves magistralmente ejecutados, mostrando representaciones simbólicas del Sol y del cóndor, su mensajero. Se pueden observar estatuas basálticas salpicadas con bajorelieves cuyas cabezas entalladas son semiegipcias. Al final, el interior del palacio está constituido por enormes bloques de piedra completamente cortados, cuyas dimensiones son, a menudo, 7 metros de alto, 4 de ancho y 2 de profundidad. En los templos y en los palacios, las puertas son perpendiculares y no se inclinan como ocurre con las de los Incas. Sus vastas dimensiones y las masas imponentes que las constituyen, eclipsan, en belleza y grandeza, todas las construcciones posteriores de los soberanos de Cuzco.”
 
El señor D’Orbigny, análogamente a todos sus compañeros exploradores, cree que estas ruinas se remontan a una raza muy anterior a la de los Incas.
 
En las reliquias del lago Titicaca se observan dos tipos arquitectónicos distintos. Por ejemplo: las ruinas de la isla de Coati son muy parecidas a las de Tiahuanaco. Lo mismo ocurre con amplios bloques de piedra elaboradamente esculpidos, algunos de los cuales, según los reportes de los investigadores en 1846: “tienen un metro de alto, 6 de ancho y 2 de profundidad.” Mientras en algunas de las islas del Titicaca existen monumentos muy extensos, “se cree que aquellos de auténtico estilo peruano son los restos de los templos destruidos por los españoles.” El famoso santuario que contiene la figura humana pertenece a la primera categoría. Su entrada tiene 3,5 metros de alto, 4,2 de ancho con una apertura de poco más de dos metros por poco más de un metro, que se talló en una sola piedra.  “La parte oriental tiene una cornisa en cuyo centro se encuentra una figura humana de forma extraña, coronada de rayos intercalados por serpientes con cabezas crestadas. A cada lado de esta figura se extienden tres filas de secciones cuadradas llenas de imágenes humanas y de otro género, cuyo diseño es, aparentemente, simbólico […]”. Si este templo se encontrara en la India se atribuiría, indudablemente, a Shiva. Pero está en los antípodas, donde, según se sabe, ningún Shaiva ni Naga incursionó jamás, aunque los mexicanos indígenas tienen su Nagal (Nagual) o brujo principal y adorador de la serpiente. “La creencia según la cual, estas ruinas que se elevan en un punto alto, anteceden cualquier otra conocida en América [6]  es corroborada, entre otros hechos, por las huellas que el agua dejó a su alrededor, dando la impresión de haber sido, anteriormente, una isla en el lago Titicaca. Además, el nivel actual del lago ha bajado  45 metros y sus orillas distan 12 millas.” Por lo tanto, todas estas reliquias se atribuyen a la misma “población desconocida y misteriosa que antecedió a los peruanos, así como los tulhuatecas, o toltecas, antecedieron a los aztecas. Parece haber sido el centro de la civilización más elevada y antigua de Sudamérica y de un pueblo que ha dejado los monumentos más gigantescos que reflejaban su poder y capacidad.” Además, todos ellos o son Dracontias, templos consagrados a la Serpiente o dedicados al Sol.
 
Las pirámides desmoronadas de Teotihuacan y los monolitos de Palenque y Copán presentan el mismo carácter. Las primeras distan unas 25 millas de la Ciudad de México en el valle de Otumla y se consideran como las más antiguas en este territorio. Las dos principales se dedicaron al Sol y a la Luna. Se construyeron con piedra cuadrada tallada. Constan de cuatro niveles y una área llana en la cumbre. La más amplia, la del Sol, tiene 73 metros de altura, su base mide 680 pies cuadrados y se extiende por una área de 11 acres. Por lo tanto, es equiparable a la gran pirámide de Cheops. Aún, según Humboldt, la pirámide de Cholula, que supera la altura de la de Teotihuacán por 3 metros, con una base de 1.400 pies cuadrados, ¡cubre una área de 45 acres!
 
Es interesante leer lo que escribieron los primeros autores, los historiadores que las vieron durante la primera conquista, y constatar aun lo que dijeron sobre algunos de los edificios más modernos, entre los cuales se encuentra el gran templo de México. Uno relata que consta de una inmensa área cuadrada: “rodeada por una muralla de piedra y cal, cuyo espesor mide dos metros y medio. La esmaltan almenas y adornos de muchas figuras de piedra en forma de serpiente.” Cortés muestra que su recinto podría fácilmente contener 500 casas. La pavimentación consistía de piedras pulidas, tan lisas que “los caballos de los españoles no podían moverse sin resbalar”, escribe Bernal Díaz. En esta coyuntura, debemos recordar que no fueron los españoles quienes conquistaron a los nativos de México; sino sus caballos. Este animal jamás se había visto en América. Entonces, cuando los europeos desembarcaron en la costa, las poblaciones nativas,  aunque excesivamente intrépidas, “se quedaron atónitas ante la presencia de los caballos y el estruendo de la artillería.” Así, dedujeron que los españoles eran de origen divino y les enviaron seres humanos como sacrificios. Este pánico supersticioso basta para explicar el hecho de como un puñado de hombres pudo conquistar fácilmente a un sinnúmero de guerreros.
 
Según Gomera, las cuatro paredes del recinto del templo corresponden con los puntos cardinales. En el centro de esta área gigantesca se elevaba el gran templo, una inmensa estructura piramidal de ocho niveles en piedra. La base mide 300 pies cuadrados y todo el edificio se eleva a unos 40 metros, donde un nivel llano lo secciona. Allí se yerguen dos torres, los santuarios de las divinidades a quienes se había consagrado: Tezcatlipoca y Huitzilopochtli. Esta era el área destinada a los sacrificios y donde se mantenía el fuego eterno. Clavijero nos comunica que, además de esta gran pirámide, existían otras cuarenta estructuras similares consagradas a varias divinidades. Una se llamaba Tezcacalli, “la Casa de los Espejos Brillantes, consagrada a Tezcatlipoca, el Dios de la Luz, el Alma del Mundo, el Vivificador, el Sol Espiritual.” Las habitaciones de los sacerdotes, que, según Zárate, eran unas 8 mil, los seminarios y las escuelas, eran todas circunvecinas. Había una profusión de estanques, fuentes, arboledas y jardines donde las flores y las hierbas aromáticas se cultivaban para usarlas en los ritos sagrados y las decoraciones del altar. Además, el jardín interno era tan amplio que “8 mil o 10 mil personas podían cómodamente danzar durante sus festividades solemnes”, dice Solís. Torquemada estima que, en México, existían 40 mil templos del género; sin embargo, para Clavijero, que habla del majestuoso Teocalli mexicano (las casas de Dios), su número era más grande.
 
Los aspectos semejantes que se destacan entre los vetustos santuarios del mundo antiguo y del nuevo, son tan maravillosos que dejan a Humboldt casi enmudecido. “¡Qué analogías sorprendentes existen entre los monumentos de los antiguos continentes y los de los toltecas, los artífices de estas estructuras colosales, pirámides truncas divididas por secciones, como el templo de Belus en Babilonia! ¿De dónde tomaron el modelo de estos edificios?”, él exclama.
 
El eminente naturalista podía haberse también preguntado: ¿de dónde, los mexicanos habían sacado todas sus virtudes cristianas, siendo simplemente unos pobres paganos? Prescott nos dice que: “el código de los aztecas suscita un profundo respeto merced a sus grandes principios morales, cuya percepción es tan clara como la que encontramos en las naciones más civilizadas.” Algunos son muy particulares; ya que muestran cierta similitud con la ética evangélica. Uno dice: “Aquél que mira a una mujer con demasiada curiosidad, comete adulterio con la mirada.” Otro declara: “Mantengan paz con todo; sobrelleven las injurias con humildad; Dios, que lo ve todo, les vindicará.” Reconocían un solo Poder Supremo en la Naturaleza, al cual se dirigían como la deidad: “por la cual vivimos, Omnipresente, que conoce todos los pensamientos y brinda todas las capacidades. Sin ésta el ser humano es nada. La deidad es invisible, incorpórea, perfecta y pura. Sus alas nos deparan descanso y una protección segura.” Lord Kingsborough nos dice que, al momento de dar nombre a los niños,  “usaban una ceremonia profundamente similar al rito cristiano del bautismo. Los labios y el pecho del recién nacido se rociaban con agua y el Señor imploraba que se limpiara el pecado con el cual se marcó antes de la fundación del mundo, así que el niño podía nacer nuevamente.”  “Sus leyes eran perfectas; la justicia, la satisfacción y la paz imperaban en el reino de estos paganos”, cuando las hordas de delincuentes y de jesuitas de Cortés desembarcaron en Tabasco. Un siglo de hecatombes, robos y conversión forzada, bastaron para trasformar esta población tranquila, inofensiva y sabia, en lo que es actualmente. Han sacado completo beneficio de la Cristiandad dogmática. Quien ha ido a México sabe lo que estas palabras significan. ¡El país rebosa de fanáticos cristianos sedientos de sangre, ladrones, vagos, borrachos, libertinos, asesinos y los más grandes mentirosos existentes! ¡Paz y gloria a vuestras cenizas, oh Cortés y Torquemada! Al menos en este caso, vosotros nunca podrán vanagloriarse por la iluminación ¡que vuestro cristianismo irradió sobre los pobres paganos, antes virtuosos!
 
NOTAS:
 
[1] Esta “idea” es expresada claramente y tratada como un fecho por Platón en su “Banquete”, y fue adoptada por Francis Bacon en su “Nueva Atlántida”.  (Nota de H.P.B.)
 
[2] “Se podrá descubrir  que el nombre América”, dije yo en  1877  en “Isis Unveiled” (“Isis Sin Velo”), volumen II, p. 591, “está directamente relacionado con la palabra Meru,  la montaña sagrada ubicada en el centro de los siete continentes.” Cuando América fue descubierta por la primera vez, se vio que era usada entre los nativos la palabra Atlante. En los estados de Centroamérica, encontramos la palabra Amerih, que, como Meru, una gran montaña. El origen de los indios Kamas de Norteamérica es también desconocido.  (Nota de H.P.B.)
 
[3]  Pies – Medida inglesa de longitud, equivalente en algunos lugares a 28 centímetros, y en otros a 30,48 centímetros. En varios casos, en esa traducción,  hemos dado dimensiones en metros calculando, por valor aproximado,  tres pies para cada metro. (CCA)
 
[4] “Smithsonian contributions to Knowledge”, vol. I. (Nota de H.P.B.)
 
[5]  Estos son los números en la versión original del texto, publicada en “The Theosophist”, India, Abril 1880 (ver p. 171), y también en el libreto de la Theosophy Company, de Los Angeles, En los “Collected Writings”, Helena Blavatsky, TPH, vol. II, editados por Boris de Zirkoff, vemos 53 metros por 25 metros.  (CCA)
 
[6] “New American Cyclopaedia”, article “Teotihuacan”. (Nota de H.P.B.)
 
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Vea en nuestros sitios web asociados las partes I, III  y  IV de “Una Tierra de Misterio”.
 
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En septiembre de 2016, luego de un cuidadoso análisis de la situación del movimiento esotérico internacional, un grupo de estudiantes decidió crear la Logia Independiente de Teósofos, que tiene como una de sus prioridades la construcción de un futuro mejor en las diversas dimensiones de la vida.
 
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