Algunas Tareas Requieren
Siglos Para Ser Efectuadas
 
 
Carlos Cardoso Aveline
 
 
 
Rousseau y la edición española del clásico
del judaísmo “Los Deberes de los Corazones”
 
 
 
Jean-Jacques Rousseau, el angustiado pensador que inconscientemente ayudó a preparar la Revolución francesa, proclamó una idea que sigue siendo popular en el siglo XXI.
 
Muchos todavía piensan que condenando a la sociedad actual como un todo, o denunciando a las élites que están en el poder, seremos capaces de alcanzar la felicidad y liberaremos fácilmente a nuestros pueblos de todo sufrimiento.
 
En su libro “Historia de la Magia”, el cabalista Eliphas Levi (1810-1875) no adopta una postura amable ni generosa con relación a esta ilusión de Rousseau.
 
“Había en el mundo un hombre profundamente indignado por sentirse cobarde y vicioso”, dice Levi en un lenguaje poco diplomático, “y que culpaba a la sociedad entera de su propia vergüenza. Este hombre era el amante infeliz de la naturaleza, y la naturaleza, en su cólera, le dio la elocuencia como arma terrible”.
 
Eliphas Levi prosigue:
 
“Él se atrevió a defender la ignorancia contra la ciencia, la barbarie contra la civilización, las bajezas contra los aspectos más elevados de la sociedad. El pueblo rechazó instintivamente a este insensato, pero los grandes lo acogieron, las mujeres lo transformaron en un héroe. Obtuvo tanto éxito que su odio contra la humanidad aumentó y terminó matándose de cólera y disgusto. Después de su muerte, el mundo fue sacudido por las tentativas de llevar a cabo el sueño de Jean-Jacques Rousseau (…)”. [1]
 
No hay ningún motivo para adoptar una actitud arrogante y condenar a Rousseau por los errores que cometió a nivel personal. En términos morales, Rousseau fue un gran hombre. Su amor incondicional por la verdad, su franqueza y su inteligencia espiritual enseñan lecciones válidas en cualquier tiempo y lugar. Sus fallas son las fallas de los seres humanos, y Eliphas Levi cometió errores semejantes.
 
Al igual que los partidos políticos de izquierda desde los días de Karl Marx, J. J. Rousseau fue brillante al mostrar los fracasos de la civilización actual. Sin embargo, sus tentativas de resolver los problemas que él mismo señalaba fueron peor que inútiles, y lo mismo ha sucedido con el marxismo desde el siglo XIX.
 
En Rusia, León Tolstói y otros pensadores fueron influenciados por las ilusiones de Rousseau, pero Dostoievski tuvo más discernimiento y desenmascaró la falta de sentido común de los revolucionarios en la novela titulada “Los Demonios”.
 
Muchas almas nobles pensaron que, al despreciar un orden social imperfecto, el ciudadano produce felicidad. Los pioneros de la ilusión contemporánea tomaron subconscientemente la vieja e imaginaria “inocencia paradisíaca” de los pueblos indígenas de América y la proyectaron sobre los campesinos y obreros del siglo XIX.
 
Pensaban que habían hecho un descubrimiento extraordinario: las personas pobres y los trabajadores de las fábricas tenían todos almas puras, mientras que en las “clases dominantes” reinaba el egoísmo. Había surgido un exceso de codicia entre los seres humanos a causa de una estructura económica y política errada. Y cualquiera que rechazase estas ideas grandiosas debía ser denunciado y automáticamente condenado como enemigo del pueblo.
 
No había necesidad de que los seres humanos se reformasen a sí mismos moralmente, para merecer vivir en una sociedad moral y justa. Todo lo que las personas necesitaban hacer era proyectar sus miedos y su rabia en dirección a las “élites” y la “clase dominante”, y tratar de vencer y eliminar a sus adversarios. Naturalmente, no había consenso sobre cómo hacer eso. Sin embargo, todos querían cambiar la sociedad, y muy pocos deseaban cambiarse a sí mismos.
 
Marx, Lenin y Gandhi
 
La idea infantil de que basta con derrotar a las élites para ser feliz jugó un papel central en la preparación de una gran experiencia utópica y un desastre social duradero: la Revolución rusa de 1917.
 
Desde aquel año, la idea rousseauniana según la cual los seres humanos son buenos pero viven en sociedades injustas se extendió más rápidamente. Los resultados prácticos de esta utopía disfuncional – tanto en sus versiones de izquierda como de derecha – fueron correctamente descritos, de modo casi profético, por George Orwell.
 
Las ideologías “progresistas” y “reaccionarias” – incluyendo el nazismo y el estalinismo – comparten el mismo amor histérico por la violencia. Ellas adoptan la ilusión de tratar de derrotar o eliminar a sus adversarios, en lugar de estimular el automejoramiento de los ciudadanos.
 
Incluso un líder sabio como Mahatma Gandhi fue perjudicado en parte por la falsa noción de que las almas de los seres humanos ya son lo suficientemente buenas y no necesitan buscar, en primer lugar, la sabiduría, sino que su principal tarea es “liberarse de los que se les oponen”.
 
El legado político de Gandhi ejemplifica e ilustra correctamente la situación. Fue mucho más fácil para la India liberarse de la dominación colonial inglesa que evitar la pobreza, prevenir la guerra o derrotar la corrupción y la violencia. Los líderes de la independencia tampoco impidieron que la nación libre se fragmentara en tres países: Pakistán, Bangladesh y la India. Es significativo el hecho de que dos de estas nuevas naciones – Pakistán y la India – poseen carísimas armas nucleares mientras una gran parte de su población vive en la pobreza extrema. [2]
 
En todos los continentes existe todavía el hábito enfermizo de odiar y buscar la derrota de los adversarios, como si ellos fueran la principal causa de la infelicidad colectiva. Esta falta de sentido común continúa estimulando la estrechez mental, la violencia verbal, el fanatismo, el terrorismo y los conflictos militares.
 
Nadie debe ser responsabilizado por la autoilusión colectiva. Las meras acusaciones no ayudan a derrotar la ignorancia. Cada uno debe juzgarse a sí mismo antes de juzgar a los demás.
 
Los que tienen discernimiento tratan de conocerse a sí mismos y evitan la tentación sadomasoquista de pensar que la felicidad consiste en “derrotar a nuestros adversarios”. Es una concepción infantil e irresponsable el considerar que nosotros y nuestros amigos somos los propietarios legítimos de la “inocencia primordial”.  
 
Durante la década de 1940, Paul Carton examinó detalladamente las ilusiones de Rousseau.
 
Condenando a la Sociedad por Nuestros Errores
 
Carton empieza su libro “Rousseau, el Falso Naturista” [3] con 50 páginas dedicadas a los aspectos positivos de la filosofía del pensador francés. Y la importancia de estos es fundamental: su crítica a las civilizaciones materialistas es un buen punto de partida.
 
A continuación, Carton examina el hecho de que el punto de vista de Rousseau está basado en el mito del buen salvaje, “le bon sauvage”, el hombre que vive en la naturaleza y obedece sus Leyes, y que según Rousseau está libre de egoísmo.
 
El ser humano era bueno y feliz hasta que surgió la civilización, dice Rousseau. Las formas avanzadas de sociedad hicieron que se convirtiese al mismo tiempo en un egoísta y un infeliz. El hombre es naturalmente bueno, pero el conocimiento y la civilización lo forzaron a volverse egocéntrico. De acuerdo con el filósofo, no es necesario que las almas luchen consigo mismas para encontrar la sabiduría inmortal, para evitar errores y liberarse de la ignorancia. Una vida natural nos ofrece la perfección sin esfuerzo. Todo lo que necesitamos hacer es, por tanto, liberarnos de las estructuras sociales injustas, que producen la ceguera moral y las inclinaciones y tendencias negativas. [4]
 
Cuando esta visión ingenua del ser humano y de la sociedad se volvió lo suficientemente popular, el próximo paso fue tratar de promover algún tipo de cambio social radical como medio para “volver libres a las personas buenas y auténticas del pueblo, derrotando a una élite irresponsable y eliminando las estructuras colectivas injustas”.
 
Fue así como la Revolución francesa de 1789 comenzó a “promover la justicia” a través de la violencia, con el objetivo de restablecer los “sentimientos naturalmente buenos” de los ciudadanos.
 
Las posibilidades de éxito eran nulas. La revolución culminó en un baño de sangre indescriptible, durante el cual el “cambio social” se derrotó completamente a sí mismo. Naturalmente, la mayor parte de los soñadores alejados de la realidad no aprendieron la lección, y desde entonces han ocurrido muchas “experiencias revolucionarias” cuyos resultados son fáciles de evaluar.
 
Tolstói y otras almas benévolas transformaron el mito del “buen salvaje” en el mito del “buen obrero y buen campesino”. Se pensaba que los trabajadores del campo y de la ciudad tomarían el poder político, alcanzarían la libertad y construirían el paraíso socialista en la Tierra. Nació en seguida el mito del “partido obrero y campesino”, y el odio y la violencia comenzaron a propagarse alrededor del mundo en nombre de la felicidad futura de todos.
 
Actuando en otro nivel, pensadores como Jiddu Krishnamurti adaptaron las ilusiones de Rousseau transformándolas en un individualismo soñador e irresponsable, en el cual las personas piensan que pueden “liberarse de todo condicionamiento” – es decir, de la ley del karma y de las obligaciones éticas – y de este modo alcanzar una “liberación” enteramente imaginaria.
 
En el siglo XXI, la desafortunada popularización del uso de drogas fortalece la ilusión del “descondicionamiento”, cuyo resultado es un abandono del sentido común y una negación voluntaria de los hechos objetivos y las condiciones kármicas reales en las que se debe actuar.
 
La verdad es que cada individuo es fundamentalmente autorresponsable. Cada uno debe “tomar su cruz” – el karma inevitable acumulado por él mismo – y avanzar por el camino de la sabiduría universal. La sabiduría consiste en comprender el funcionamiento de la Ley de la Justicia y actuar en armonía con ella.
 
Limitarse a atacar a las élites y condenar a la sociedad como un todo son formas de huir de la responsabilidad que cada uno tiene. A través del escape emocional las personas dejan a un lado el poder de transformar sus vidas y de cambiar la sociedad por medio del proceso eficiente, que depende de plantar buen karma.
 
Cada vez que alguien proyecta psicológicamente “el mal” sobre sus adversarios, el resultado es la expansión de la ignorancia y del sufrimiento, principalmente los suyos propios.
 
El sadomasoquismo es un trastorno socialmente organizado, pero tiene cura. La enfermedad del alma que hace que alguien sienta una satisfacción profunda en derrotar y humillar a sus adversarios, o en exaltar y exagerar su propio sufrimiento, puede ser curada por medio de la influencia combinada de dos factores: el conocimiento de uno mismo, y la acción solidaria.
 
La ayuda mutua es la ley de la naturaleza, y se necesita tener discernimiento para actuar a la altura de ella.
 
La Bondad Natural en Nosotros
 
Los seres humanos tienen en sus almas una fuente natural de bondad, y mientras permanezcan leales a ella serán espontáneamente buenos.
 
Sin embargo, escuchar la voz de la conciencia no es fácil, porque las percepciones humanas son una combinación precaria de instintos animales y potencialidades divinas. La evolución espiritual incluye una lucha oculta feroz entre los niveles superiores e inferiores del alma.
 
En la etapa actual de la evolución humana prevalecen ampliamente las ideas ilusorias. Es difícil escuchar la voz del espíritu, y es todavía más difícil actuar de acuerdo con ella en el mundo externo.
 
Sin duda, hay lecciones sagradas que debemos aprender a través del contacto estrecho con la naturaleza, tal como sucedía en la antigüedad. Estas lecciones tienen una importancia decisiva para el futuro de la humanidad. Tenemos que dejar de lado el artificialismo. Recuperar el contacto intenso con el ambiente natural es una tarea básica. Sin embargo, no tiene sentido pensar que las sociedades antiguas y los hombres primitivos eran perfectos, o que todos los problemas humanos desaparecerían si “regresáramos a la naturaleza” o “nos liberásemos de las élites actuales”.
 
La verdadera naturaleza con la que debemos estar conectados no es física, sino que debe ser encontrada en nuestra alma. El paraíso es fundamentalmente interior.
 
Soñando con los ojos abiertos, Rousseau idealizó unilateralmente la noción del “buen salvaje” y lo vio como el modelo ideal de la humanidad civilizada. En parte estaba en lo cierto. Rousseau mostró que los pueblos indígenas tienen un inmenso valor humano y deben ser respetados por las naciones occidentales. Sin embargo, es falsa su idea de que todos los aspectos de las naciones indígenas son buenos y todo el conocimiento moderno es malo.
 
Los líderes de la Revolución norteamericana de 1776 no cayeron en la trampa rousseauniana, y el resultado del realismo adoptado por ellos fue un cambio social victorioso y antidogmático. En la década de 1890 y a comienzos del siglo XX, Theodor Herzl combinó la tradición utópica con el realismo necesario y abrió camino hacia la fundación del moderno Estado de Israel, cuyo progreso y consolidación han sido constantes desde 1948.
 
El Origen de una Ingenuidad
 
La idealización unilateral de los pueblos indígenas del “Nuevo Mundo” no comenzó con Rousseau en el siglo XVIII. A finales del siglo XV, los descubridores de las Américas esperaban descubrir el paraíso en la Tierra. Pensaban que podrían encontrar ejemplos vivos de la humanidad anterior a la “caída” de Adán y Eva. Esta posibilidad despertaba en ellos tanto miedo como esperanza.
 
La idea del “buen salvaje” está presente en el informe oficial de Pero Vaz de Caminha sobre el descubrimiento de Brasil en abril del año 1500. Según relata Caminha, Brasil era un paraíso. En cierta manera, la misma idea está presente en una descripción menos conocida del descubrimiento del país: la “carta del piloto anónimo”. Poco después de la conquista colonial del futuro Brasil, los relatos idílicos sobre la vida de los pueblos indígenas de América del Sur pasaron a influenciar el mundo cultural europeo. [5]
 
En su ensayo “De los caníbales”, el filósofo francés Michel de Montaigne escribió acerca de la vida de las tribus en Brasil:
 
“Esas naciones me parecen (…) bárbaras, en el sentido de que en ellas ha dominado escasamente la huella del espíritu humano, y porque permanecen todavía en los confines de su ingenuidad primitiva”.
 
“Las leyes de la naturaleza”, dice Montaigne, “aún gobiernan” estas sociedades:
 
“Siento que Licurgo y Platón no los hayan conocido, pues se me figura que lo que por experiencia vemos en esas naciones sobrepasa no solo las pinturas con que la poesía ha embellecido la edad de oro de la humanidad, sino que todas las invenciones que los hombres pudieran imaginar para alcanzar una vida dichosa, juntas con las condiciones mismas de la filosofía, no han logrado representarse una ingenuidad tan pura y sencilla, comparable a la que vemos en esos países, ni han podido creer tampoco que una sociedad pudiera sostenerse con artificio tan escaso y, como si dijéramos, sin soldura humana. Es un pueblo, diría yo a Platón, en el cual no existe ninguna especie de tráfico, ningún conocimiento de las letras, ningún conocimiento de la ciencia de los números, ningún nombre de magistrado ni de otra suerte, que se aplique a ninguna superioridad política; tampoco hay ricos, ni pobres, ni contratos, ni sucesiones, ni particiones, ni más profesiones que las ociosas, ni más relaciones de parentesco que las comunes; las gentes van desnudas, no tienen agricultura ni metales, no beben vino ni cultivan los cereales. Las palabras mismas que significan la mentira, la traición, el disimulo, la avaricia, la envidia, la detractación, el perdón, les son desconocidas”.
 
La idea era fascinante.
 
En sintonía con este sueño, en 1610-1611 William Shakespeare le hace decir lo siguiente a su personaje Gonzalo, en la obra “La Tempestad” (acto II, escena 1):
 
“Haría que en la nación todo se realizara al contrario [de lo usual], pues no admitiría ningún tráfico, ni cargos de magistrado. No se conocerían las letras; nada de riqueza, pobreza ni uso de servicio: nada de contratos, herencias, divisiones, lindes de tierras, cultivos, viñas: no se usaría metal, grano, vino ni aceite: ninguna ocupación, todos los hombres ociosos; y también las mujeres, pero inocentes y puras: nada de soberanía. (…) La naturaleza produciría todas las cosas en común sin sudor ni trabajo: no dejaría que hubiera traición, felonía, espadas, picas, cuchillos, cañones, ni habría necesidad de ninguna máquina: sino que la naturaleza produciría por sí misma toda sustancia y toda abundancia para nutrir a mi gente inocente. (…) Con tal perfección, gobernaría de modo que superaría a la Edad de Oro”. [6]
 
Este sueño corresponde a la vida sin esfuerzo de un paraíso en la Tierra. Se trata de algo bien diferente de la “Utopía” de Thomas More, que fue publicada en 1516 y está ampliamente basada en los escritos de Platón, filósofo de la antigua Grecia.
 
Su atmósfera encantadora es semejante al ambiente del Devachán, la vida individual de felicidad subjetiva que un ser humano experimenta entre dos encarnaciones. La sustancia de este mito se refiere, por tanto, a la ley de la reencarnación, un concepto erradamente rechazado por los cristianos, pero que está vivo en el judaísmo y en las religiones y filosofías orientales.
 
La idea de un paraíso donde no es necesario hacer ningún esfuerzo tiene poca relación con las realidades sociales e históricas. Esta condición elevada es sutil. Corresponde a la tierra sin males de los indios tupíes de Brasil, un lugar mítico donde el bienestar es ilimitado; una metáfora, también, del nivel más elevado de la consciencia-de-sueño entre dos encarnaciones.
 
La Historia ha mostrado que no es sabio tratar de traer por la fuerza este tipo de felicidad del alma a la vida material de las naciones.
 
Nuestra memoria intuitiva del Devachán hace que tengamos una aspiración saludable hacia la fraternidad universal y nos inspira constantemente a buscar la construcción de una sociedad mejor. Sin embargo, en este esfuerzo la prudencia, el sentido común y el discernimiento son herramientas esenciales que no podemos dejar de lado si queremos obtener un progreso real.
 
El movimiento esotérico como un todo ha sido víctima de la superficialidad y no posee un sentido profundo de orientación y propósito. Del mismo modo, la izquierda política es prisionera de una actitud infantil: ella protesta contra cualquier situación incómoda mientras se niega a actuar de manera responsable y creativa, como todo individuo adulto debe hacer.
 
Naturalmente, es correcto y es  necesario cuestionar la ignorancia organizada.
 
El uso práctico del conocimiento científico en la sociedad moderna ha mostrado una extraordinaria ausencia de ética, de prudencia y de sabiduría. Las ciencias humanas sufren de la misma enfermedad. El conocimiento y los recursos materiales son usados en busca de prioridades falsas. Las comunidades son dominadas por la propaganda política, por las campañas electorales, el “entretenimiento”, las actividades militares y la búsqueda del lucro ilegítimo.
 
Sin embargo, estos son solo los síntomas. Ellos surgen del estado del alma, y lo expresan. La propaganda y la lucha por el poder político de corto plazo no pueden disminuir el sufrimiento del mundo. La experiencia directa de la sabiduría y de la justicia es indispensable. Para que la sociedad obtenga paz y sosiego, el estado del alma de los individuos debe ser mejorado.
 
Rousseau utilizó su exagerada idealización del buen salvaje como medio para denunciar la hipocresía y la injusticia de su época. Después de él los movimientos de izquierda comenzaron a adorar la imagen santificada de los trabajadores y los ciudadanos, como si estos fuesen, ahora mismo, enteramente buenos y suficientemente sabios. “Todo lo que necesitamos”, piensan los ideólogos de izquierda, “es destruir las formas de sociedad que sean decepcionantes para nosotros”.
 
Sin embargo, el pensamiento negativo no construye nada.
 
Es necesario abandonar la ilusión de que “los hombres ya son capaces de vivir en armonía y que para ello basta con llevar a cabo alguna reforma política”. El ser humano es fundamentalmente bueno mientras se mantiene fiel a su alma y a su conciencia. Sin embargo, sigue siendo ampliamente ignorante en términos espirituales. El siglo XXI es el momento adecuado para comprender que solo una sociedad de ciudadanos justos puede ser justa. La época es propicia para constatar que un país necesita ciudadanos honestos, para que haya líderes políticos honestos y jefes de Estado sinceros.
 
Los Deberes de los Corazones
 
Todos participamos de la misma sustancia esencial del universo. Debemos aprender unos con otros, y para ello es indispensable la simplicidad de corazón.
 
Es el ejemplo práctico, y no solo las palabras, el que multiplica la honestidad. Cada ciudadano tiene la posibilidad de renovar la especie humana. Lo que quieras que hagan los demás, hazlo tú mismo en primer lugar, y la acción correcta se propagará a su debido tiempo.
 
Un libro clásico de ética judaica, “Los Deberes de los Corazones”, afirma:
 
“El creyente, cuando se relaciona  con los demás hombres para resolver los asuntos que le son de utilidad en este mundo (como son la agricultura, la construcción, el comprar y el vender y todos los demás negocios en los cuales la gente se ayuda mutuamente para el buen funcionamiento de la sociedad), debe examinarse para ver si ha amado a los demás como él quisiera que ellos le hubieran amado a él, si les ha evitado aquello que le hubiera gustado le evitasen a él, si los ha tratado con benignidad, si les ha protegido, con todas sus fuerzas, de aquello que les perjudica, como dice el Libro: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ [Levítico, 19, 18].”
 
El autor de “Los Deberes de los Corazones” no tenía ilusiones de corto plazo.
 
El rabino Bahya ibn Paquda sabía que este camino es inicialmente recorrido por los Pocos, y no por los muchos. Después de mencionar los obstáculos creados por el egoísmo y la ignorancia, Paquda escribió:
 
“Por consiguiente, esfuérzate, hermano mío, en hacerte con hermanos de verdad y con amigos sinceros que te ayuden en tus cosas, tanto de este mundo como de tu vida religiosa, teniendo para con ellos una gran pureza de alma y de conciencia. Ámalos como te amas a ti mismo, si es que encuentras a alguien [que] merezca de ti semejante cosa.” [7]
 
Es siendo sabio, y no solamente haciendo propaganda, como alguien cambia el mundo.
 
Para mejorar una nación hay que empezar por las almas de las personas. El nacimiento de una sociedad justa ocurre primero en la consciencia y el carácter del ciudadano, para después volverse visible como proceso sociológico. El árbol grande sale de adentro de una semilla muy chica, y no surge de fuera. Cada alma humana puede contener e irradiar una pequeña muestra de la sociedad futura, que en el momento adecuado crecerá, y florecerá.
 
NOTAS:
 
[1] “História da Magia”, Eliphas Levi, Ed. Pensamento, SP, 409 pp., p. 330. La traducción del fragmento fue revisada teniendo en cuenta la edición de la misma obra en inglés y francés. Véase la página 441 en la edición francesa de 1860.
 
[2] Después del asesinato de Gandhi y la guerra entre la India y Pakistán, el lado positivo del legado de Gandhi prosiguió con Vinoba Bhave. Véase el artículo “Vinoba e a Vontade de Construir”.
 
[3] “Le Faux Naturisme de Jean-Jacques Rousseau”, Paul Carton, deuxième édition, 1951, 213 páginas, Imp. Bussière, à Saint-Amand (Cher), Francia. La primera edición se publicó en 1944.
 
[4] “Le Faux Naturisme de Jean-Jacques Rousseau”, Paul Carton, 1951, pp. 53-86.
 
[5] “O Índio Brasileiro e a Revolução Francesa” (subtítulo: “as origens brasileiras da theoria da bondade natural”), Affonso Arinos de Mello Franco, Livraria José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1937, 331 pp. Véanse las pp. 34-35. 
 
[6] “La Tempestad”, William Shakespeare, Editorial Planeta DeAgostini, Barcelona, 2000, 121 pp. Véanse las pp. 48-49.
 
[7] “Los Deberes de los Corazones”, Ibn Paquda, introducción, traducción y notas de Joaquín Lomba, Biblioteca Aragonesa Heraldo, 1994, 510 pp., ver artículo tercero del capítulo octavo, p.  408. La cita anterior está en las pp. 407-408. En la edición en inglés de la obra,  “Duties of the Heart”, de R. Bachya ben Joseph ibn Paquda, dos volúmenes,  Feldheim Publishers, Jerusalem-New York, impreso en Israel, copyright 1996, ver volumen  dos, p. 745. La cita anterior está en la p. 743. Hay una edición brasileña de la obra, publicada por la Editorial Sêfer, de São Paulo.
 
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El artículo “Superando el Error de Rousseau” es una traducción del portugués y ha sido hecha por Alex Rambla Beltrán, con apoyo de nuestro equipo editorial, del cual forma parte el autor. Título original y link: “Superando o Erro de Rousseau”. La publicación en español ocurrió el  08 de diciembre de 2019.
 
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