No Hay Razón Para Perder Tiempo en la Vida,
Porque Vivir es Establecer Nuestro Karma Futuro
Malba Tahan
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Nota Editorial:
Los principios filosóficos enseñados en el siguiente
cuento son válidos tanto en el ámbito familiar como en la
vida social y política, o en la relación entre los países. En
el plano individual, cada persona puede ayudar a mejorar
el Karma y el Destino de la humanidad como un todo.
La narración ha sido traducida del volumen
“Seleções”, Os Melhores Contos, Malba Tahan,
cuarta edición, Editorial Conquista, Rio de Janeiro,
1955, 206 páginas, ver pp. 7 a 12. En esta compilación,
el cuento aparece revisado por el autor y difiere, en
varios puntos, de la versión originalmente publicada en
el libro “Céu de Allah”, Malba Tahan, décima edición,
Ed. Conquista, RJ, 221 páginas, 1956, pp. 13 a 18.
La versión revisada también forma parte de la
compilación norteamericana de cuentos del autor,
“Maktub”, cuyo subtítulo es “The Book of Destiny and
other stories”. El cuento en inglés está disponible aquí.
(Carlos Cardoso Aveline)
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“Nadie escapa del
Destino, oculto o aparente,
de rostro sereno o inclemente…”.
(De “Las mil y una noches”)
Cierta vez – hace muchos años -, cuando volvía de Bagdad, donde fui a vender una gran partida de pieles y alfombras, encontré en un caravasar [1], cerca de Damasco, a un viejo árabe de Hedjaz que me llamó en cierto modo la atención. Hablaba agitado con los mercaderes y peregrinos, gesticulando y maldiciendo sin cesar; masticaba constantemente una mezcla fuerte de tabaco y hachís y, cuando oía alguna recriminación por parte de alguno de los compañeros, exclamaba, apretando entre las manos el turbante harapiento:
– ¡Mac Allah!, ¡oh musulmanes! [2] ¡Yo ya fui poderoso! ¡Ya tuve al Destino en esta mano!
– Es un pobre diablo – afirmaban algunos -. ¡No está bien de la cabeza! ¡Que Alá lo proteja!
Yo, sin embargo, confieso que sentía una irresistible atracción por el desconocido del turbante harapiento. Procuré aproximarme a él discretamente, le hablé varias veces con suavidad y, después de algunas horas, ¡ya me había ganado enteramente su confianza!
– Los caravaneros me toman por loco – me dijo una noche cuando charlábamos a solas -. ¡No quieren creer que yo tuve en las manos el destino de la humanidad entera. Sí, señor: ¡el destino del género humano!
Le miré con los ojos desorbitados, asombrado.
Aquella afirmación insistente de que había sido el señor del Destino era característica de su pobre estado de demencia.
No obstante, el desconocido, que parecía no percibir mis temores y desconfianzas, continuó:
– Según enseña el Corán – el libro de Alá -, la vida de todos nosotros está escrita (¡maktub! [3]) en el gran “Libro del Destino”. Cada hombre tiene allá su página con todo lo bueno o malo que le sucederá. ¡Todos los hechos que ocurren en esta Tierra, desde la caída de una hoja seca hasta la muerte de un califa, están escritos – fatalmente escritos – en el “Libro del Destino”!
Y, sin esperar que le preguntase, prosiguió moviendo la cabeza dolorosamente:
– Rescaté a un viejo hechicero que iba a ser ahorcado por el jeque Abu Dolak después de una “razzia”[4] terrible que ese despiadado beduino hizo en un campamento de la tribu de los morebes. Este hechicero, en señal de gratitud, me dio un talismán que poseía: una piedra negra y pequeñita en forma de corazón que fue encontrada, años antes, dentro de la tumba de un santo musulmán. Y esa piedra maravillosa permitía entrar libremente en la famosa gruta de la Fatalidad, donde se halla – por voluntad de Alá – el Libro del Destino. Viajé durante muchos años hasta lo alto de las montañas de Masira, más allá del desierto de Danha, a fin de alcanzar la gruta encantada. Un “djin” [5] (un genio bondadoso que estaba de centinela en la puerta) me dejó entrar, avisándome, sin embargo, de que solo podría permanecer en la gruta por unos pocos minutos. Mi intención era modificar lo que estaba escrito en la página de mi vida y hacer de mí un hombre rico y feliz. Bastaba con añadir lo siguiente con la pluma que llevaba: “Será un hombre feliz, amado por todos; ¡tendrá mucha salud y mucho dinero!”. No obstante, me acordé de mis enemigos. Podía, en aquel momento, causar un gran mal a todos ellos. Movido por los más torpes sentimientos de odio y venganza, abrí la página de Alí Ben-Homed, el mercader. Leí lo que le sucedería a este rival mío a lo largo de la vida, y añadí debajo, sin vacilar, en un ímpetu de rencor: “¡Morirá pobre, sufriendo los mayores tormentos!”. En la página del jeque de Zalfah el-Abari grabé, impetuoso, modificándole la vida entera: “Perderá todos sus bienes, se quedará ciego y morirá de hambre y de sed en el desierto!”. ¡Y así, sin piedad, continuaba hiriendo y atormentando a todos mis enemigos!
– ¿Y en tu vida? – indagué, mirándolo con sorpresa -. ¿Qué hiciste, oh caravanero, en la página que el Destino asignó a tu propia existencia?
– ¡Ah, amigo mío! – gimió el desconocido, retorciendo las manos, desesperado -. Nada hice en mi favor. Preocupado por hacer el mal a los demás, me olvidé de hacerme el bien a mí mismo. Sembré ampliamente el infortunio y el dolor, y no coseché ni la más diminuta parte de felicidad. Cuando me acordé de mí, cuando pensé en hacer que mi vida fuese feliz, mi tiempo se había acabado. Sin esperarlo, surgió delante de mí un “efrit” [6] (un genio feroz) que me agarró con fuerza y, después de quitarme el talismán de las manos, me lanzó fuera de la gruta. Caí entre las piedras y, con la violencia del choque, perdí los sentidos. Cuando recuperé la razón, me hallé herido y hambriento, muy lejos de la gruta, junto a un pequeño oasis del desierto de Omán. Sin el precioso talismán, ¡nunca más pude descubrir el camino de la gruta encantada de las montañas de Masira!
Y concluyó, entre suspiros, con la voz cada vez más ronca y baja:
– ¡Perdí la única oportunidad que tuve de ser rico, amado y feliz!
¿Será verdadera esta extraña aventura?
Todavía no lo sé. Lo cierto es que el triste caso del viejo árabe de Hedjaz encerraba una profunda enseñanza. Cuántos hombres hay en el mundo que, preocupados por hacer el mal a sus semejantes, se olvidan del bien que pueden hacerse a sí mismos…
NOTAS DE MALBA TAHAN:
[1] Caravasar: refugio construido por el gobierno o por personas piadosas al lado de los caminos para que les sirvan de abrigo a los peregrinos. Especie de “rancho” de grandes dimensiones en el que se hospedaban las caravanas.
[2] ¡Mac Allah! (léase Mak-alá): exclamación usual entre los árabes que significa “¡por Dios!” o “¡exaltado sea Alá!”. Musulmanes: nombre derivado de “muslim”, o “aquel que se resigna a la voluntad de Dios”. Los musulmanes siguen la religión de Mahoma.
[3] Maktub (¡estaba escrito!): participio pasado del verbo catab (escribir). Expresión que traduce bien el fatalismo musulmán.
[4] Ataque de beduinos seguido de matanza, devastación y saqueo.
[5] Los djins o efrits son genios sobrenaturales en cuya existencia creían los musulmanes. Actualmente esa creencia solo subsiste en las clases incultas. Los djins son benéficos, mientras que los efrits se divierten con el mal que pueden hacer a las criaturas.
[6] “Efrit”: véase la nota 5.
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El cuento de Malba Tahan “El Libro del Destino” es una traducción del portugués y ha sido hecha por Alex Rambla Beltrán, con apoyo de nuestro equipo editorial. Título original y link: “O Livro do Destino”. La publicación en español ocurrió el 18 de agosto de 2020.
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